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Qué nos dicen los comportamientos agresivos en la escuela infantil

14/04/2025
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Qué nos dicen los comportamientos agresivos en la escuela infantil

14/04/2025

Beatriz Víllora Galindo, Universidad de Castilla-La Mancha y Raúl Navarro Olivas, Universidad de Castilla-La Mancha

Cuando suceden casos de acoso escolar tan graves que saltan a los medios de comunicación, a menudo nos preguntamos cómo es posible que un adolescente o menor pueda llegar a actuar de manera tan cruel. Pensamos si pudo prevenirse o si hubo síntomas previos que podían haberse tenido en cuenta. Sin llegar a los casos más mediáticos, el bullying en colegios e institutos es un problema grave y extendido. ¿Cuándo y cómo se planta esta semilla entre los escolares?

En la etapa de los 3 a los 6 años, que en España recibe el nombre de Educación Infantil, no podemos hablar de acoso escolar, ya que este tipo de comportamientos implican repetición y una relación desigual entre quien agrede y quien sufre la agresión.

A esas edades, las relaciones entre iguales son inestables y el estatus dentro del grupo aún no está claramente definido. Por eso, los roles de víctima o agresor tienden a cambiar con el tiempo. Además, el alumnado aún está en pleno desarrollo emocional y social. Sus conflictos suelen ser impulsivos, no premeditados.

Pero aunque no podamos hablar de acoso como tal, es un hecho que algunos menores de entre 3 y 6 años golpean, insultan o excluyen a sus compañeros. ¿Qué factores explican estás conductas? ¿Y de qué manera nos pueden servir de indicador para evitar que vayan a peor?

La investigación se refiere a “protoconductas de acoso”, comportamientos que no cumplen todos los criterios del bullying, pero podrían evolucionar hacia él si no se interviene y se mantienen en el tiempo. Hemos investigado recientemente estos comportamientos en España: cómo se manifiestan y qué factores personales, familiares y sociales favorecen la agresión o la frenan.

La mayoría no agrede: el alumnado que cuida de sus iguales va en aumento

Uno de los hallazgos más relevantes de la investigación es que la mayoría del alumnado no muestra comportamientos agresivos. Casi tres de cada cuatro participantes no han participado en agresiones en ninguno de los dos momentos evaluados.

Sin embargo, ya algunos de los menores participan como agresores, víctimas o defensores. Entre los que agreden, sólo 3,04 % mantiene ese comportamiento a lo largo del tiempo. Es decir, la mayoría son casos puntuales.

Uno de los hallazgos más alentadores de la investigación es el notable aumento en el número de estudiantes que asumen el rol de defensores. Mientras que en la primera medición apenas un 4,06 % del alumnado se identificaba con este perfil, en el segundo tiempo este porcentaje se eleva significativamente hasta alcanzar el 18,02 %.

Tipos de agresión: no todo es físico

Entre el alumnado de Educación Infantil se han identificado diferentes formas de agresión: física, como por ejemplo pegar, dar patadas o empujar; verbal, como insultar o chillar; y relacional, como excluir del grupo o de los juegos. También está la agresión indirecta como cuchichear o hablar mal a las espaldas de la víctima.

La forma de agresión más utilizada por el alumnado es la agresión verbal. Le sigue la agresión física. En relación al sexo, los niños tienden a ser más agresivos que las niñas, sobre todo cuando se trata de formas físicas y verbales, como insultar, empujar o pegar. Las niñas, sin embargo, se involucran menos en este tipo de conductas. Un 7,9 % de los niños asume el rol de agresor, frente a un 3,6 % en el caso de ellas.

Agresión y estatus en el grupo de iguales

No todo el alumnado ocupa el mismo lugar dentro del grupo. Para analizarlo, el estudio consideró dos dimensiones: la preferencia social (quienes son más buscados o queridos como compañía) y el impacto social (quienes destacan más en el grupo, para bien o para mal).

El alumnado que participa en las agresiones, como agresores, víctimas o defensores, son más visibles que quienes no lo hacen. Sin embargo, ser visible no implica ser querido o aceptado por los demás.

Los agresores y los que son víctimas y agresores al mismo tiempo son menos preferidos, a pesar de su notoriedad. En cambio, los defensores tienen buena aceptación. Las víctimas no sufren rechazo; de hecho, en algunos casos son tan bien aceptadas como los propios defensores. Esto sugiere que sus compañeros sienten empatía por ellas.

Las emociones también importan

El alumnado que agrede o que es víctima y agresor al mismo tiempo tiene más dificultades para reconocer, expresar y regular sus emociones. Experimentan reacciones más intensas y cambian de estado emocional con más frecuencia. En cambio, las víctimas, los defensores o quienes no participan en las agresiones tienen mejores habilidades de autorregulación emocional.

Esto nos da una pista clara para la prevención: trabajar desde muy temprano el desarrollo emocional.

El papel de la relación con la familia

Las prácticas parentales positivas, como la comunicación, el afecto, y la supervisión, protegen frente a la agresión. Sin embargo, el estudio encontró algo inesperado. Dichas prácticas no siempre protegían frente a la victimización. Como señalan otras investigadoras, aunque estos factores pueden ser protectores, su efecto no es universal ni suficiente para prevenir el acoso entre iguales. Esto podría deberse a que la calidez, sin un desarrollo paralelo de habilidades sociales activas, no siempre fortalece la capacidad de afrontamiento del niño.

Otra posible explicación es que, en algunas ocasiones, estas prácticas parentales positivas puede ir acompañadas de sobreprotección. Esta sobreprotección puede dificultar que los menores afronten por sí solos algunos de estos problemas o conflictos. De este modo, con el tiempo, pueden tener más dificultades para desenvolverse en situaciones sociales.

Así, la intención de proteger puede, paradójicamente, aumentar su vulnerabilidad. El equilibrio entre apoyo y autonomía parece clave en la crianza durante la primera infancia.

¿Qué se puede hacer desde casa y desde la escuela?

Los resultados del estudio ofrecen claves importantes para prevenir futuros problemas:

  1. Cuidar el clima escolar positivo desde el inicio. Como la mayoría del alumnado no es agresivo, conviene reforzar el entorno escolar con actividades que fomenten la empatía, la convivencia y la resolución pacífica de conflictos.

  2. Prestar atención a quien repite conductas agresivas. Aunque la agresión no es estable en todos los casos, un pequeño grupo sí tiende a repetirlas. Este alumnado necesita apoyo emocional y atención especializada.

  3. Fomentar la inclusión social. Los menores que ejercen la agresión o son agresores y víctimas son menos aceptados. Generar dinámicas de grupo que favorezcan la inclusión puede ayudar a reducir la agresividad y mejorar el bienestar colectivo.

  4. Educar en emociones. El alumnado con dificultades para gestionar lo que sienten es más propenso a actuar con violencia. Se pueden poner en marcha programas que enseñan a identificar y regular emociones.

Educar sin etiquetas, intervenir con sentido

Hablar de “agresores” o “víctimas” en niños de 3 a 6 años requiere cautela. En la mayoría de los casos se trata de roles transitorios, no identidades permanentes. Lo importante es entender que la agresión en la infancia no surge de la nada: es el resultado de emociones mal gestionadas, habilidades aún en desarrollo y contextos que pueden reforzar o frenar ciertas conductas.

Intervenir a tiempo, con respeto y sin dramatizar, puede cambiar el rumbo de una vida.The Conversation

Beatriz Víllora Galindo, Profesora del departamento de Psicología, Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha y Raúl Navarro Olivas, Profesor de Psicología Social, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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